Muralla de la plaza del Cabildo

Población: Sevilla
Provincia: Sevilla
País: España
Coordenadas geográficas: 37.385697 / -5.994726
Tipología: arquitectura militar
Nº inventario: 323k


Las fechas de las murallas de la ciudad de Sevilla han sido objetos de debate desde el siglo XVI, pero en el último año del siglo XX se publicaron una serie de argumentos autoritarios gracias a los cuales no debiéramos tener dudas de que la ampliación de la cerca sevillana es de época almohade; la misma publicación prescribió como nueva, y tal vez única, tarea de investigación determinar a que ritmo se fue produciendo la ampliación urbana en los últimos cien años de la ciudad andalusí.

Un cuarto de siglo después seguimos en la duda, pues ni la arqueología ni la interpretación de los textos árabes han permitido sostener que la ciudad empezó a crecer, gracias a la nueva muralla de su medina, el día de enero de 1147 en que los almohades entraron por las puertas.

En realidad, los escasos hitos bien fechados y localizados de las obras almohades responden a fortificaciones periféricas, que presuponen la existencia de la medina, y a subdivisiones internas de la misma, que compartimentaron su espacio interior en beneficio de los almohades. Este es el caso de los muros de la plaza del Cabildo, ubicados al oeste de la Catedral, es decir, de la mezquita mayor almohade, pues el primer templo sevillano aprovechó el solar y los cimientos de la sala de oración de la mezquita almohade. En el extremo suroccidental de la mezquita, como si fuera la prolongación de la alquibla, existió una puerta en recodo que se conservó hasta que, como consecuencia de los efectos del terremoto de Lisboa de 1755, tuvo que ser derribada y que era el penúltimo rastro de una muralla almohade que limitó la alcazaba interior. Esta puerta cerró la calle de las Gradas y servía de punto de unión del edificio religioso con lo que en época cristiana sería una institución docente.

El 28 de diciembre de 1253 se crearon los «Estudios e escuelas generales de latino e de arabigo» frente a la fachada principal de la catedral, institución dedicada por Alfonso el Sabio al arcángel San Miguel que, a trancas y barrancas, siguió teniendo carácter educativo hasta 1960; la documentación medieval informa que fue un conjunto arquitectónico bastante complejo, como un corral delimitado por tres murallas andalusíes y la calle que daba acceso a la mezquita mayor, la de las Gradas. El interior estaba organizado por medio de una calleja propia que las fotos viejas muestran; tuvo iglesia y cementerio desde 1284, campanario en 1373, y allí hubo una carnicería entre 1420 y 1829; además existieron varios almacenes y talleres vinculados a la obra de la catedral gótica desde 1440, y otros muchos elementos comerciales y de viviendas descritos en 1498.

Este conjunto empezó a ser derribado en 1953 para construir el Instituto Nacional de Previsión, actual sede del Servicio Andaluz de Salud, en la avenida de la Constitución; entonces apareció una muralla en la medianera septentrional, con una torre, evidenciando, como publicó Collantes de Terán y Delorme, su pertenencia a la alcazaba interior mencionada por las crónicas almohades. En 1969 se produjo el derribo de lo que quedaba del colegio, dando lugar a la actual plaza del Cabildo; entonces se pudo apreciar la cara interna de la muralla descubierta siete años antes, en cuyos tapiales destacan los encintados blancos típicos de las fábricas almohades, como vimos en la Torre Blanca del tramo de la puerta de Córdoba, cerca de la de la Macarena, aunque hechos de forma menos cuidadosa.

Lo que se conserva es un muro de la anchura normal, casi dos metros, con una torre que mira al norte, merlones en el mismo lado, y adarve a la plaza; este muro enlazaba el tramo citado de la muralla de la medina, que es bastante más alto, con un punto ubicado en el interior del patio de la aljama, dotado de otra torre que apunta en la misma dirección, hacia la medina, situada en medio de la actual avenida de la Constitución.

El cronista cAbd al-Malik b. Muḥammad b. Ṣāḥib al-Ṣalāt señaló que en el mes de mayo de 1172 «empezó el Amir al-Muminin a delinear el emplazamiento de esta mezquita noble y hermosa. Se demolieron para ello las casas a la entrada de la alcazaba»; el edificio religioso se inauguró inacabado el día 30 de abril de 1182, sin que el alminar estuviera iniciado ni resuelto su entorno inmediato; consta que el 26 de mayo de 1184 decidió el califa empezar la torre de la mezquita, que sólo pudo ser acabada quince años después; explicó el cronista que «[…] durante su ausencia por la campaña [de Santarén mandó] construir una muralla fuerte en la alcazaba de Sevilla, que pasase desde el principio de su construcción por delante de la explanada de Ibn Jaldun, dentro de Sevilla, y levantar el alminar de la mezquita, que estuviese en la unión de la muralla con la mezquita dicha […]» por lo tanto empezaron a «excavar los cimientos de la muralla, delante de la explanada y así continuó cerca de mes y medio, hasta que murió Abu Dawud. A raiz de ello, murió también el califa Amir al-Mu/minin en la expedición citada».

El nuevo califa suspendió la ocurrencia de su padre antes de que avanzara más, y así pudo concentrar los recursos en la obra del alminar que, en gran manera, era una novedad arquitectónica incrustada en el proyecto original y derivada de la extraña ubicación de la torre de la Kutubīya de Marrakech. De esta manera se volvió a la mezquita de comienzos del aquel mismo año, con la muralla de la alcazaba interior paralela a la alquibla y con vía libre para desplegar el proyecto hasta sus últimas consecuencias, especialmente las de carácter comercial que la conectaban con la medina vieja.

El cambio de criterio, con la vuelta al proyecto original, fue mucho más allá que dejar unos muros sin terminar, pues se cerró una etapa de desconfianza y separación, con los almohades y los suyos por un lado y los sevillanos por otro, para constituir, al menos sobre el papel de las cartas y los decretos, una sola comunidad. Concurrieron una serie de razones concatenadas para el cambio de los planes edilicios; en primer lugar era un desatino impedir el completo desarrollo de la planta de la mezquita, máxime cuando aún vivía el arquitecto que la había empezado y justo cuando iniciaba la construcción del alminar; hacer la muralla para reforzar la seguridad de la alcazaba, obligando a los sevillanos a rezar dentro de sus muros era, como mínimo, un nuevo gesto de hostilidad, iniciativa que tenía su coste político y económico y una cierta pérdida de tiempo y recursos; por otra parte la nuevo dinasta tenía otros asuntos más graves que atender en Marrakech, como la conveniencia de declararse califa, y por ello no podría seguir la obra con la dedicación personal que su padre había derrochado en ellas; en fin, que prefirió dedicar los esfuerzos a la torre y al desarrollo natural del plano del conjunto, rematándolo con el alminar y la nueva alcaicería, que fue un éxito de público y pervivencia, pues aun hoy día sus disposiciones son parcialmente operativas.

Alfonso Jiménez


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