INTRODUCCIÓN

José Miguel Puerta Vílchez
Universidad de Granada

Este Atlas de Arquitectura Almohade (ATARAL), digital e interactivo, recoge con planimetría, datos, imágenes y análisis arqueológicos y artísticos, además de referencias bibliográficas, las construcciones que el Imperio almohade realizó en los territorios que dominó desde sus inicios en 1147 hasta su extinción en 1269, que se extendieron por el norte de África y la mitad sur y el este de la península ibérica, desde Tarundant y Siyilmasa hasta Trípoli (Libia) y entre Santarém y la región valenciana. El imperio debe su nombre al movimiento político-religioso de "los almohades" (al-muwaḥḥidūn: los unitaristas), que estuvo fundado y comandado por tribus bereberes del alto Atlas magrebí, sobre todo por los maṣmūda, quienes proclamaron un Califato independiente de los califatos fatimí y abasí orientales, el primero dirigido por califas bereberes, al que se debe una arquitectura de enorme personalidad que sigue marcando las señas de identidad de algunas de las ciudades más importantes que gobernaron, como lo fueron Marrakech, Rabat o Sevilla.

El fundador del movimiento, Muḥammad Ibn Tūmart (ca. 1078/1081-1130) unificó las tribus maṣmūda, a uno de cuyos clanes pertenecía (los Harga), y estudió ciencias islámicas en el valle del Sus, del que era oriundo, y más tarde en Marrakech, Córdoba y Bagdad, donde se hizo partidario del imām al-Gazālī (ca. 1057- 1111), célebre teólogo que emprendió en Oriente una profunda renovación de las ciencias islámicas, en la cual se inspiró Ibn Tūmart para enfrentarse al poder almorávide, dirigido por los lamtūna y por el rigorismo doctrinal mālikí de sus alfaquíes. Ibn Tūmart recuperó la idea de Mahdī (Redentor), y fue proclamado como tal. En la obra a él atribuida, A‘azz mā yulab (El más querido objeto de estudio), se propone una vuelta a los fundamentos textuales del islam (ūṣūl) y al consenso de sabios (iŷmā), relegando las ciencias derivadas (furū‘) que perdían a los teólogos y juristas en inacabables especulaciones. En materia artística, por ejemplo, los alfaquíes mālikíes llegaban a extremos de considerar innovación herética el uso de colores, comer sobre la mesa, utilizar perfumes en frascos de plata o regalar figurillas de juguete a los niños, sutilezas contra las que el pensamiento de Ibn Tūmart y los almohades se opusieron porque llevaban demasiado lejos la exégesis de las Escrituras sin apoyarse en textos revelados concluyentes. Por ello, el movimiento "unitarista" admitió aportaciones más racionalistas como las del mu‘tazilismo, el aš‘arismo y, sobre todo, el ẓāhirismo, cuyo máximo exponente fue Ibn Ḥazm de Córdoba (994-1064). Con estos postulados, Ibn Tūmart y su discípulo ‘Abd al-Mu’min, quien sería el primer califa almohade, predicaron, a partir de 1125, por diversas ciudades del norte de África y consiguieron adeptos contra los almorávides. Censuraron la quema de ejemplares de la enciclopédica Iyā’ ‘ulūm al-dīn (Revificación de las ciencias del islam) de al-Gazālī, rehabilitaron a Ibn Ḥazm y aceptaron ciertas formas de filosofía y de espiritualidad dentro de la ortodoxia sunní, y fomentaron la creación de bibliotecas y las artes del libro, destacando la fabricación de coranes, algunos con hermosas cubiertas y guardas con trazados geométricos, y la producción de obras científicas, teológicas e históricas al servicio de su causa.

El Imperio almohade suele dividirse en tres períodos:

1º) consolidación y expansión: que va desde el regreso de Ibn Tūmart al Magrib en 1117 y la subsiguiente proclamación como califa de su discípulo y lugarteniente ‘Abd al-Mu’min en 1133, hasta su muerte en 1163; en este período, en el que se apoderan de Marrakech y Sevilla en 1147, se emprenden, bajo la égida de este primer califa, importantes obras arquitectónicas civiles y piadosas;
2º) esplendor: logrado con el hijo y sucesor de ‘Abd al-Mu’min, el califa culto y formado en Sevilla, Abū Ya‘qūb Yūsuf (Yūsuf I) (g. 1163-1184) y con el hijo y sucesor de Abū Yūsuf Ya‘qūb al-Manṣūr (g. 1184-1199); ambos desarrollaron ambiciosos proyectos edilicios y llevaron la arquitectura almohade a su máximo nivel;
3º) decadencia: se inicia con los califas posteriores, Muḥammad al-Nāṣir (1199-1213), su hijo Yūsuf Ibn al-Nāṣir (Yūsuf II) (1213-1224), y se intensifica a partir del gobierno del tío abuelo de este, Abū Muhammad al-Majlū‘ ("El Depuesto") (g. 1224), que no era ya de los Banū ‘Abd al-Mu’min (descendientes directos del primer califa almohade). Luego, se suceden otros soberanos efímeros, hasta el ocaso del imperio, primero en al-Ándalus en 1229, tras la sublevación de Ibn Hūd, y después en el Magrib, cuando los meriníes le arrebatan Marrakech a Idrīs al-Wāṯiq en 1268, y, en 1269, se apoderan de Tinmal, pequeña población situada al sur de Marrakech de especial valor simbólico para los almohades, porque desde ella comenzó el MahdīIbn Tūmart su acoso a Marrakech y en ella se encuentra su sepultura y una de las primeras y más emblemáticas mezquitas del movimiento almohade.

En cuanto a al-Andalus, los almohades llegaron también con ánimo purificador dirigiendo una ŷihād contra los almorávides y taifas seguidores de estos, como Ibn Mardanīš, y contra los reinos cristianos que cada vez empujaban más contra el islam peninsular. En 1146, las tropas almohades entraron en al-Andalus, en 1147 se apoderaron de Sevilla y en 1195 frenaron a los cristianos en la batalla de Alarcos. Pero no mucho después, en 1212, sufrieron la devastadora derrota de las Navas de Tolosa, que significó el comienzo de su declive en al-Andalus, hasta que a raíz de la citada rebelión comandada por Ibn Hūd desde el Levante peninsular, perdieron definitivamente la península ibérica en 1229. Gobernaron al-Andalus, pues, unos ochenta años, durante los cuales realizaron notables obras militares, civiles y religiosas, y en los que florecieron el pensamiento, las ciencias, la literatura y las artes, teniendo a Sevilla como ciudad principal, que intercambiaba eruditos y dirigentes con Marrakech. Y al igual que les sucedió a los almorávides, los almohades se encontraron en la península ibérica una sociedad hondamente arabizada, con élites cultas y refinadas que influyeron de manera determinante en su arte y su cultura.

En las etapas de expansión y esplendor, los califas almohades incorporaron a sus respectivas cortes a los mayores representantes del pensamiento, la ciencia y la arquitectura tanto andalusíes como magrebíes. Tres de los mayores pensadores de la historia de la cultura árabe-islámica y de mayor proyección internacional, fueron andalusíes de época almohade: dos de ellos, Ibn Ṭufayl e Ibn Rušd (Averroes) estuvieron al servicio directo del califa y del Estado almohade, y el tercero, Ibn ‘Arabī de Murcia (Murcia, 1165-Damasco, 1240), hijo de un secretario y militar del gobierno almohade, vivió y estudió en Murcia, Córdoba, Sevilla y otras ciudades andalusíes y magrebíes, antes de abandonar, en 1199/1200, el territorio almohade para continuar la vía sufí en Oriente. En cuanto a Ibn Ṭufayl (Guadix, Purullena o Tíjola, pr. s. XII-Marrakech, 1185-6), tras servir en su juventud a los almorávides en Guadix, se convirtió, en 1151-2, en secretario personal del primer gobernador almohade de Granada, Abū Sa‘īd ‘Uṯmān, hermano del califa ‘Abd al-Mu’min, a quien acompañó a Ceuta y Tánger, cuando su señor fue nombrado gobernador de ambas ciudades en 1154/5. Luego, ascendió a médico de cámara, y probablemente visir, del califa Abū Ya‘qūb Yūsuf, quien le pidió escribir una casida para movilizar a las tribus árabes andalusíes en la campaña almohade de 1170-72 contra Ibn Mardanīš. También compuso otra casida para celebrar la toma almohade de Qafṣa (Túnez) en 1180-1, un panegírico sobre la atención y cuidado que los almohades prestaban a un ejemplar del Corán, así como poemas ascéticos, sapienciales y sobre medicina, textos sobre astronomía y un comentario a De anima de Aristóteles, estos últimos perdidos. En su célebre novela filosófica, El Filósofo autodidacto (Risālat Ḥayy ibn Yaqẓān), el libro árabe en prosa más traducido y difundido después de las Mil y una noches, propone superar la corrupción, en la que, para él, había caído la sociedad islámica, a través del esfuerzo cognoscitivo individual, bien aprendiendo correctamente la verdad a partir de los textos revelados, bien por medio de la elevación espiritual en soledad, comenzando por la observación sensible y experimental de los mundos mineral, vegetal y animal, y siguiendo con el conocimiento del alma humana, de los principios metafísicos y de la perfección del cosmos, la cual prueba la necesaria existencia de un Creador, cuyos atributos de Grandeza y Belleza pueden ser contemplados con sumo deleite y fruición por el alma pura del solitario sin contacto con la sociedad.

Al final de sus días, Ibn Tufayl ayudó a que Averroes (Córdoba, 1126-Marrakech, 1198), miembro de una importante familia de juristas cordobeses, fuera incorporado a la corte de Abū Ya‘qūb Yūsuf, amante de la filosofía y a quien se atribuye que animara al jurista y filósofo cordobés a culminar el comentario de las obras de Aristóteles. Así, quien fuera un destacado alfaquí mālikí, cadí principal de Córdoba y de Sevilla, además de médico, se convirtió en el mayor comentador de Aristóteles y en autor de una obra enciclopédica que abarca la teología, el derecho, la política, la medicina, la lógica, la física, la psicología y la metafísica. Encargado de organizar el sistema educativo almohade, para lo que fue llamado en su juventud a Marrakech, Averroes rebatió (p. ej. en Faṣl al-maqāl: El discurso decisivo) el ataque de al-Gazālī contra el pensamiento filosófico, defendió la capacidad que tienen las mujeres para ser filósofas, y por ende, para gobernar, y propuso la construcción de una sociedad bien gobernada por la lógica y la correcta aplicación de la ley, y en la que cada individuo cumpla con la misión que le corresponde para conseguir la igualdad y la justicia social (Exposición de "La República" de Platón). En este contexto, las artes deben estar guiadas por la ética y por la utilidad social, por lo que Averroes invita a la sencillez y a evitar el lujo y la falsedad. La poesía y las artes imitativas (representación figurativa, música, danza) deben cumplir, en su opinión, una primordial función pedagógica, además de lúdica, aprovechando el placer sensorial y psicológico que conllevan, pero sin caer en la mentira, la exageración y el vicio (Paráfrasis a la Poética de Aristóteles). Su pensamiento ético y estético, se concentra en los conceptos de orden (tartīb), armonía (niẓām)y equilibrio (itidāl), que aplica a todos los campos del conocimiento, desde la física hasta la metafísica, pasando por la psicología, la medicina o la jurisprudencia. Puede decirse que estos tres conceptos, en los que se incluye la sobriedad, aun siendo muy genéricos, se cuentan entre los principios fundamentales de la edilicia califal almohade.

Los comienzos de la arquitectura almohade estuvieron ligados a las purgas y purificaciones de personas y territorios ordenados por el Mahdī Ibn Tūmart, siendo  especialmente significativa la realizada en Marrakech, capital que había sido fundada por los almóravides, y que, tras su caída en manos de los almohades en 1147, fue destruida parcialmente y anulada la mezquita mayor construida por el emir almorávide ‘Alī ibn Yūsuf, mezquita que luego sería rehabilitada por los almohades. También se cambiaron las alquiblas de las mezquitas y se eliminaron edificios emblemáticos almorávides. Una vez purificada, ‘Abd al-Mu’min entró en Marrakech, convirtiéndola en la capital almohade, y reutilizó el palacio de los soberanos almorávides, Qaṣr al-Ḥaŷar (el Palacio de la Piedra), junto al cual edificó la primera aljama de la Kutubiyya, la nueva mezquita mayor de Marrakech, conectándola a través de un pasadizo con el citado palacio.

a) Renovación del urbanismo y las defensas.
En una primera fase, Ibn Tūmart y ‘Abd al-Mu’min se centraron en las construcciones militares que permitieran expandir y fortalecer a los "unitaristas" en el Magrib y dar el salto a al-Andalus. Al igual que otras dinastías magrebíes, los soberanos almohades se desplazaban por los territorios para asegurar su presencia en las diversas campañas militares, para lo cual establecían campamentos en los que se plantaba una "cúpula roja" (al-qubba al-ḥamrā’), color símbolo de la máxima soberanía, como la que usó Abū Ya‘qūb Yūsuf en la batalla de Santarém en 1184. Con el soberano se desplazaba una corte que se ocupaba de asuntos militares, diplomáticos y administrativos, así como de supervisar las construcciones que, de manera sistemática, fueron realizando los almohades. El mismo Abū Ya‘qūb Yūsuf, antes de marchar para la citada campaña de Santarém, instaló su campamento cerca de la Buḥayra de Sevilla con el fin de inspeccionar la mejora de las fortificaciones de la ciudad y dar órdenes para la construcción de una muralla y del alminar de la mezquita mayor de Sevilla. Estas sedes califales itinerantes se establecieron también en las localidades de Taza, Salé y Gibraltar, y en las ciudades de Tinmal, Marrakech, Rabat, Córdoba, Sevilla y Túnez. Además del mencionado califa, su sucesor Ya‘qūb al-Manṣūr pasó, asimismo, temporadas en Sevilla y Rabat para supervisar las construcciones de sus respectivas aljamas y qaṣba-s. En Fez, Ya‘qūb al-Manṣūr y su hijo al-Nāṣir mandaron hacer nuevas murallas, torres y puertas, después de que fueran destruidas por ‘Abd al-Mu’min. También inspeccionaron la construcción de alcázares en Marrakech, Rabat y otros en el Norte de África, y en Gibraltar, Córdoba, Sevilla y San Juan de Aznalfarache en al-Andalus, este último por parte de Ya‘qūb al-Manṣūr en 1193 y en 1995. Sobre todas estas obras y actuaciones arquitectónicas, y muchas otras realizadas almohades, ATARAL ofrece puntual planimetría y textos explicativos específicos, a los que se puede acceder pulsando sobre los nombres de lugar del mapa y en los menús desplegables de los mismos.

Las empresas arquitectónicas y urbanísticas del Califato almohade se generaron, por tanto, a partir de 1147, cuando a finales del mismo año se erige la primera mezquita Kutubiyya (De los libreros), llamada así por situarse en el barrio del mismo nombre de Marrakech, la mezquita de Tinmal en 1148, la ciudad y mezquita de Taza (1142 y 1153-4), las murallas y mezquita de Tagrat, así como la qasba y campamento militar de Rabat (1150). La ocupaciónalmohade de al-Andalus generó una todavía más intensa actividad bélica y edilicia, y, después de la mencionada construcción de Gibraltar en 1160 por ‘Abd al-Mu’min como puente para asegurar el paso del Estrecho, Abū Ya‘qūb Yūsuf ordenó, en 1171, reforzar las fortificaciones de las ciudades andalusíes frente a la presión de los reinos cristianos, y más tarde, en 1191, Ya‘qūb al-Manṣūr declaró la ŷihād tras arrebatar Silves a Sancho I.

En sus fortificaciones urbanas y rurales, los almohades erigieron esbeltas torres cuadradas o poligonales, albarranas, barbacanas y entradas con varios recodos, a veces monumentales, para las que utilizaron el tapial y, en menor medida, piedra y ladrillo para algunas partes de las torres y puertas, o en obras piadosas y palatinas de especial significación. Administrativamente, reforzaron el centralismo de las ciudades, que estaban gobernadas por un señor (sayyid) perteneciente a la familia califal o allegado a la misma, de quien dependían también los distritos circundantes (kūra), y quien representaba al gobierno central y ejercía el poder en relación directa con los soberanos. Estos señores o gobernadores, además de los califas, se ocuparon de dotar a las urbes de buenos amurallamientos, conducciones de aguas y saneamientos, de puertas y mezquitas de barrio y mayores, así como de palacios y de huertas de recreo y productivas.

La historiografía actual, como ya habían observado los historiadores Ibn al-Jaṭīb (1313-1374) e Ibn Jaldūn (1332-1406), considera que la arquitectura y el arte almohades evolucionó de una llamativa sobriedad y hasta pobreza en sus inicios a un mayor refinamiento en fases posteriores y por influencia de la cultura andalusí. Ibn al-Jaṭīb expresa el asombro que le provocó comprobar cómo los almohades pasaron de tener pobres mezquitas, púlpitos y viviendas en Tinmal y en otros lugares del Magrib, que visitó, a erigir grandes edificios y alcázares, de la misma manera que Ibn Jaldūn subraya cómo los almohades alcanzaron el lujo y los signos representativos propios de un Estado poderoso.Frente a la profusión decorativa de la arquitectura almorávide, y en consonancia con la doctrina almohade que predica el retorno a la pureza espiritual, su arquitectura irrumpe en el Magrib y al-Andalus exhibiendo sencillez, funcionalidad y pureza de líneas, preservando amplios espacios desprovistos de ornamentación y reservando la misma para lugares concretos, en los que recurren al ataurique liso y a motivos caligráficos cúficos y cursivos de contenido principalmente coránico o piadoso. Y para expresar el poderío del Califato construyeron grandes mezquitas con elevados alminares trazadas con diseños armónicos y unificados para los que emplearon arcos de herradura apuntados, lobulados y mixtilíneos en la nave central y transversales, pilares de ladrillo cuadrados, rectangulares, en forma de T o cruciformes. Prosiguieron, así mismo, con el uso de los mocárabes importados a Occidente por los almorávides para bóvedas y cornisas, pero lo hicieron de manera más amplia y sistemática, e introdujeron la cerámica vidriada en algunas edificaciones. Los materiales básicos de esta arquitectura son la argamasa para el tapial, el ladrillo, el yeso y la madera. También reutilizaron capiteles y columnas de épocas anteriores, que exhibieron en signo de continuidad y superación del pasado, pero no recuperaron el alto nivel en la talla de elementos columnarios que existió en al-Andalus en los siglos X y XI. Crearon, eso sí, magníficas composiciones con ladrillo y yeserías.

b) Los mensajes coránicos de los grandes umbrales.
En las principales ciudades, y a la vista de toda la población, los almohades edificaron umbrales monumentales para manifestar, a través de la epigrafía coránica y de unos pocos elementos ornamentales, la verdad legitimadora del Califato, que, en vertical, desciende desde el Todopoderoso hasta el mundo a través del califa, el Príncipe de los Creyentes (Amīr al-Mu’minīn). En el cerco que impusieron a Marrakech en 1130, los almohades destruyeron la Bāb al-Šarī‘a (Puerta de la Ley) de la muralla sur de la capital y, más tarde, en 1183, el califa Abū Ya‘qūb al-Manṣūr ordenó edificar una nueva Bāb al-Šarī‘a a unos doscientos metros de la anterior. Esta puerta de entrada y salida de la ciudad, sirvió también para la recepción protocolaria de embajadas y para la aplicación de sentencias judiciales, incluyendo la exhibición para escarmiento de las cabezas de los ajusticiados. En Taza y en Fez hubo puertas con el mismo nombre y con la misma función punitiva. La de Fez fue renovada por el califa al-Nāṣir en 1203 y, tras ser quemado en ella un rebelde, pasó a llamarse, hasta la actualidad, Bāb al-Maḥrūq (Puerta del Quemado). En las inmediaciones de algunas de esas puertas hubo una muṣallà, u oratorio al aire libre dedicado a plegarias colectivas, como la de istiqā (imploración de lluvia), siendo "al-šarī‘a" sinónimo -en el Occidente islámico- de muallà, y las hubo en Valencia, Almería, Málaga y el Albaicín y la Alhambra de Granada en época almohade y nazarí.

Otras puertas célebres almohades, como la Bāb Aknāw de Marrakech, perteneciente al ambicioso programa representativo del califa almohade Abū Yūsuf Ya‘qūb al-Manṣūr, iniciado en 1185, posee dos veneras resaltadas en las albanegas entre ataurique de palmas lisas y pimientos, más unas significativas aleyas, esculpidas en gruesos caracteres cúficos en el alfiz, alusivas a los jardines y lechos del Paraíso prometido (Corán 15, 46-48). Estas aleyas se grabaron también, junto a otras sobre la oración extraídas de la Azora de la Luz (Corán 24, 36-37), en las aldabas de la Puerta del Perdón de la mezquita mayor de Sevilla (construida bajo el mismo califa), como anuncio de la dicha eterna que aguarda a quienes cumplen con la azalá. De forma similar, la Bāb al-Ūdāya de Rabat, del mismo programa edilicio de Ya‘qūb al-Manṣūr, que da entrada a la alcazaba de Rabat, y cuya fachada es un gran arco de triunfo túmido con un paño de sebka perfilando el extradós, tiene un alfiz coránico en cúfico que ofrece los Jardines del Edén a quienes combaten en favor de Dios (Corán 61, 11-13), además de filas de veneras, en bajo y alto relieve rodeadas de hojas de palma, más una fila de caligramas cúficos desgastados que parecen ser de la expresión al-Mulk li-Llāh (La soberanía es de Dios), recurrente en el arte almohade. Y en la Bāb al-Ruwāḥ de Rabat, construida en 1197, decorada con otras dos grandes veneras resaltadas en las albanegas, se opta por un epígrafe coránico (Corán 3, 110-111), inusual en la arquitectura islámica, que proclama la superioridad de los musulmanes entre la "gente de la Escritura" (ahl al-Kitāb), judíos y cristianos, y apela al buen comportamiento ético, que fue signo distintivo del movimiento almohade. Respecto a la iconografía de la venera, recordaremos que tiene presencia en el islam desde el siglo VIII, no solo en las entradas, sino también en el interior de los edificios, y notoriamente en las semi-bóvedas de los mirāb-s de las mezquitas, y que es un icono de lo sagrado y lo áulico por el prestigio que tuvo en las artes desde la Antigüedad, y después en la arquitectura del Califato omeya de Córdoba, que fue referente artístico e ideológico para los almohades. La venera es portadora de una rica simbología en el islam asociada, gracias a su relación con el agua y con la perla, a las ideas de luz divina, regeneración, y purificación.

c) La singularidad y monumentalidad de las mezquitas almohades.
Verdaderos "castillos de Dios", como las ha denominado la historiografía, los califas almohades implantaron un modelo unívoco de mezquita que, a pesar de su evolución y progresivo enriquecimiento, mantuvo algunas constantes, que le permitieron visualizar antes los fieles de las dos orillas del Estrecho el orden, estética y soberanía del nuevo Califato:

1) pleno desarrollo de la mezquita con la planta de la sala de oración en T, con número impar de naves en las que son más anchas la nave central, las dos laterales extremas y el espacio que queda entre las naves y el muro de la alquibla; partiendo de este esquema, el diseño de los ejemplos más monumentales, concretamente los de Ya‘qūb al-Manṣūr, experimentó una evolución debido a la introducción de patios menores que fueron integrados dentro de la sala de oración.

2) cúpulas de mocárabes y/o de arcos cruzados de moderado tamaño en el muro de la alquibla y en la nave central, que se combinan con cubiertas de madera con armaduras apeinazadas;

3) jerarquía ordenada, según las naves, puertas o mirāb-s, de arcos de herradura apuntados, polilobulados, túmidos, de mocárabes y de lambrequín o festoneados, estos últimos desarrollados con variedad y riqueza por los almohades;

4) aunque usaron predominantemente, según hemos indicado, los pilares, también hicieron algunas mezquitas hipóstilas, como la inconclusa mezquita Ḥassān en Rabat, mandada construir por Ya‘qūb al-Manṣūr con la intención de que fuese la más grande de Occidente, aunque tras su muerte, en 1199, se paralizaron las obras;

5) decoración de los mirāb-s, de las puertas principales y de los alminares con diseños geométricos, vegetales y epigráficos, recurriendo a la bicromía con blanco y rojo almagra, ateniéndose a cierta sencillez decorativa y dejando sin decorar el resto del edificio; en algunos casos, como en el alminar de San Juan de los Reyes en Granada, se incluyeron caligramas arquitectónicos de al-Mulk li-Llāh (La soberanía es de Dios) (en parte borrado) en rojo almagra sobre fondo blanco rellenando el interior del arco ciego desde el que arranca la sebka de ladrillo; el "cúfico arquitectónico" alcanzará después un amplio desarrollo en la epigrafía nazarí;

6) el uso del ladrillo fue otra de sus aportaciones y logros, técnica con la que pudieron levantar magistralmente sus elevados alminares formados por dos cuerpos de planta cuadrada, el inferior más ancho y elevado, y rematados por almenillas escalonadas, cupulín y yāmūr formado por esferas metálicas; el alminar de la Kutubiyya y el de Sevilla, de unos 70 de altura, poseen siete plantas, subida en rampa y habitaciones interiores, que pudieron tener la función, entre otras, de observatorios astronómicos. El alminar de la mezquita Ḥassān de Rabat se proyectó de mayores dimensiones aún, pero se interrumpió la obra a la altura de 44 m. Aunque tuvieron al alminar de la mezquita mayor de Córdoba como modelo, los citados alminares de las aljamas de Marrakech y de Sevilla los superaron en elevación, diseño y técnica constructiva;

7) para afirmar la nueva ideología, los almohades establecieron una dirección de la alquibla diferente a las mezquitas de los almorávides, la mayor parte de ellas orientadas hacia el orto de Suhayl (150º), que es el que sigue también la mezquita mayor de Córdoba y la propia Kaaba (152º); las alquiblas almohades son, en todo caso, y con diferencias entre sí, las que más se apartan de la dirección de la Kaaba respecto a otras del Occidente islámico de épocas cercanas. La aljama de Sevilla llegó a orientarse a 193º, más bien mirando hacia Tinmal, donde reposan los restos de Ibn Tūmart, que hacia La Meca.

8) Otra característica de los alminares, y de la arquitectura califal almohade, es el uso sistemático y variado que hicieron de la sebka, una trama romboidal formada por la prolongación de los arcos lobulados, mixtilíneos o de lambrequín, que cubre extensas superficies tanto de los alminares (Kutubiyya, Sevilla, Rabat, etc.) como de los pórticos de los palacios con estancias de aparato (patios del Yeso y de la Contratación en los Alcázares de Sevilla). A este tipo de trama, a veces calada a modo de celosía y otras veces con doble trama en dos niveles, se encuentra ya en paneles de la fachada de Qaṣr al-Ḥayr al-Garbī (Siria, s. VIII), pero no es hasta la época almohade cuando se convierte en elemento constante de los diseños arquitectónicos. Sea la simple resultante de la prolongación geométrica de la base de arcos, o recreaciones de la superficie de agua a las que aluden algunos poemas clásicos árabes o el propio nombre sebka (huella en forma de šabaka –red- dejada por el agua sobre la tierra), lo cierto que es que los paños de sebka formados con ladrillos o con yeso confieren liviandad, transparencia y sensación de suave movimiento a la arquitectura.


d) Palacios y buḥayras.

Precisamente, los palacios almohades conocidos comparten diseños bidimensionales con las fachadas de los alminares, a la vez que añaden patios flanqueados con pórticos y salas de aparato y residencia rectangulares, de moderadas dimensiones y escasa profundidad, como sucede en los patios del Yeso y de la Contratación de Sevilla. Las albercas, a veces en patios de crucero, como en el citado patio de la Contratación, se pintaron en ocasiones con formas meta-arquitectónicas (galerías de arcos mixtilíneos entrelazados), y con tramas de nenúfares y diedros en rojo almagra y fondo blanco. Por Ibn Sa‘īd al-Magribī y por algunos restos arqueológicos sabemos, también, que en época almohade comenzaron a realizarse zócalos y suelos de zillīŷ, azulejos o piezas geométricas de cerámica vidriada, que aportaban colorido y brillo a las estancias y jardines. Además de fuentes y pequeñas albercas, la edilicia residencial almohade gustó de la construcción de grandes albercas (buayra, baḥr), en algunas de las cuales se realizaban juegos y festejos con embarcaciones (Buḥayra de Sevilla, Agdāl de Marrakech, Alcázar Genil de Granada). El término buayra se convirtió en sinónimo de grandes huertas o fincas, como las que hubo en Marrakech (hasta 7 se mencionan en las fuentes), una de ellas propiedad de hermanos del Mahdī Ibn Tūmart, otra creada por el califa ‘Abd al-Mu’min al oeste de Marrakech, conocida por la Buayrat al-alaba (Huerta de los Estudiantes), que tenía plantas ornamentales y olivares que producían treinta mil dinares anuales, y que servía de lugar de reunión y formación de jóvenes "unitaristas" estudiosos del Corán, los cuales aprovechaban la finca para aprender a nadar y remar. Otras huertas extramuros de Marrakech fueron usadas también para reuniones y retiros de ascetas, algunos de ellos llegados desde al-Andalus. Sobre muchos alcázares y mansiones almohades solo tenemos descripciones escritas. Es el caso del Qaṣr al-Jilāfa (Palacio del Califato) que construyó Ya‘qūb al-Manṣūr en el centro de una ciudadela extramuros de Marrakech protegida por grandes murallas y puertas monumentales (del Huerto, de los Jardines, del Valle, de los Señores), según narra Ibn Sa‘īd al-Magribī; el palacio contenía las estancias del Cristal (Dār al-Ballūr) y del Arrayán y otras con hermosos jardines, aguas y elevados miradores con magníficas panorámicas, así como la "Qubba del Califato" que frecuentaba a diario el soberano, además de una madrasa, bibliotecas y viviendas para huéspedes, para el ministro del ejército y para los visires. También se atribuye a Ya‘qūb al-Manṣūr la construcción del palacio Abū Bakr en Marrakech imitando el de Ibn Zuhr de Sevilla, para lo cual envió a arquitectos a la ciudad andalusí con el fin de copiar con fidelidad. Visires y sayyid-s también se prepararon palacetes y jardines, como los que, según las crónicas, hubo en Rabat, que incluían qubba-s para reuniones de las mujeres de la aristocracia almohade de la ciudad, o los que se construyeron, con huertas, el sayyid Isḥāq ibn Yūsuf junto al río Genil en Granada y el sayyid al-Ma’mūn ibn al-Manṣūr, que luego sería califa, a la orilla del Guadalmedina en Málaga. Por el diván poético de Abū l-Rabī‘, sayyid, príncipe y poeta de la familia califal almohade, tenemos noticia de la mansión que poseía él mismo en Marrakech y de la qubba del sayyid Abū Ḥafṣ en la misma ciudad. Los poetas cortesanos de los almohades escribieron también sobre el "palacio califal" (qar al-jalīfa) que tuvo ‘Abd al-Mu’min en al-Andalus, seguramente en Sevilla (poema de Abū Ŷa‘far Ibn Sa‘īd de Alcalá la Real), y sobre el palacio del sayyid Abū Yaḥyà ibn Yūsuf en las afueras de Córdoba que, según el poeta Nāhiḍ ibn Idrīs de Guadix, estaba construido sobre el río Guadalquivir.

Dos extraordinarias piezas de arte almohade de contenido visual arquitectónico nos permiten sintetizar la ideología oficial almohade en su doble vertiente religiosa y profana. Una es el magnífico tejido-jardín del llamado Pendón de las Navas de Tolosa (Monasterio de las Huelgas de Burgos), cuyo cuadrado exterior está formado por cuatro cartelas con las aleyas de Corán 61, 10-12, en las que se promete el perdón de los pecados y la entrada "en jardines, por cuyos bajos fluyen arroyos, y en las gratas moradas de los jardines del edén". En el centro se genera un círculo que incluye una estrella de ocho puntas formada a partir de la repetición ocho veces de la palabra al-Mulk (la Soberanía) en cúfico, con lo que se forma una "cúpula" bidimensional, cuyas "pechinas" están rellenas de un rico ataurique, probable representación del Árbol del Universo; en el extremo inferior, se reproduce el mismo dibujo rojiblanco que se conserva en las paredes de una de las albercas del Patio de la Contratación, interpretable como representación de los citados arroyos del Paraíso prometido a quienes den su vida en la ŷihād. La otra pieza, es el manuscrito del Relato de Bayāḍ y Riyāḍ (Biblioteca Vaticana, Ar. 368) (Sevilla, pr. s. XIII) en el que se narra una peripecia amorosa acompañada de poemas y cuya acción transcurre en una casa señorial situada al borde de un río. El códice, anónimo, conserva catorce láminas en varias de las cuales se representa la arquitectura de la mansión en la que transcurre la historia protagonizada por la Señora de la casa, sus sirvientas, una alcahueta y un joven músico y poeta. Las miniaturas recrean en esencia la fisonomía de una almunia andalusí de época almohade, en la que se disfruta de un jardín con árboles, y arriates rehundidos, pabellones con enredaderas, césped, una alberca sobre la que vierten agua estatuas testas de animales surtidores, además de torretas con cupulillas, miradores con ventanas de arcos de lambrequín y celosías, una puerta con arcos túmidos cuyas hojas muestran el mismo trazado geométrico que el de las hojas de la Puerta del Perdón de la aljama sevillana, más un muro protector de sillares y una noria en el exterior al borde del río. Este códice, junto con otros muchos textos y noticias de la época, evidencian que, a pesar de la rigidez moral y de la proliferación de la poesía ascética y religiosa que trajo el siglo XII a al-Andalus, algunas élites continuaron con la vida hedonista, a la que también se sumaron los dirigentes almohades. Así, la poetisa granadina Nazḥūn mantuvo su amistad y tertulias con los literatos libertinos al-Kutandī, Ibn Quzmān y el Ciego de Almodóvar, y con el sayyid almohade de Granada, quien se enamoró de ella; célebres fueron sus reuniones en una huerta propiedad de los Banū Sa‘īd en la Zubia, en la que había una fuente con la estatua de una bailarina que giraba lanzando agua en medio de una alberca. Asimismo, Ḥafṣa al-Rakūniyya (Granada, ca. 1135-Marrakech, 1191), una de las principales poetisas de al-Andalus, que provenía de una rica familia de origen bereber, llamó la atención por su belleza y dotes poéticas del propio califa ‘Abd al-Mu’min, quien la invitó para conocerla y ella le correspondió con un panegírico. Ḥafṣa organizó tertulias poético-báquicas en fincas como la de Kimāma (Botón de flor) a las afueras de Granada, propiedad del poeta Abū Ŷa‘far ibn Sa‘īd, si bien, tras una disputa amorosa-política entre el citado poeta árabe andalusí y el sayyid Abū Sa‘īd ‘Uṯmān, hijo del califa ‘Abd al-Mu’min, a quien ella dirigió panegíricos, la poetisa fue invitada por Yūsuf al-Manṣūr a Marrakech, donde permaneció ejerciendo de institutriz de los hijos de la familia califal.

A diferencia de otros períodos de la arquitectura islámica, en el caso del Califato almohade los cronistas oficiales registraron nombres y datos sobre los arquitectos andalusíes y magrebíes que dirigieron algunos de sus grandes proyectos arquitectónicos, así como sobre la evolución y datación de los mismos, y sobre matemáticos, astrólogos, geómetras, horticultores e ingenieros que participaron en la edilicia y jardinería de la época. Diversas fuentes, sobre todo la del cronista y cortesano almohade Ibn Ṣāḥib al-Ṣalāt (1126/1136-dp.1197/98), al-Mann bi-l-imāma (El don divino del imamato), nos ofrecen información de primera mano sobre los alarifes (al-‘arīf pl. al-‘urafā) responsables de las construcciones califales. Uno de ellos es al-Ḥāŷŷ Ya‘īš, natural de Málaga, que fue un distinguido geómetra, ingeniero y arquitecto a quien se atribuye la construcción de la maqṣūra retráctil de la Kutubiyya de Marrakech y, probablemente, el arquitecto principal de toda esta mezquita y de la de Tinmal; en 1160, se trasladó a Gibraltar para dirigir las obras de esta ciudad fundada por ‘Abd al-Mu’min, construyendo allí un molino de viento y otras máquinas e ingenios; en 1171 construyó también, a partir de una antigua obra romana, los llamados "Caños de Carmona", que irrigaron los jardines de la Buḥayra, los alcázares de Sevilla y otras zonas de la ciudad de Sevilla. Poco después, otro reputado ingeniero, Muḥammad Ibn al-Ḥāŷŷ al-Išbīlī (el Sevillano) o al-Garnāṭī (el Granadino), seguramente descendiente suyo, se desplazó a Fez ya en 1286, en tiempos del sultán meriní Abū Yūsuf, con su padre, un "carpintero mudéjar sevillano", para fabricar artefactos mecánicos, armas, el arsenal de Salé y una gran rueda hidráulica para la Huerta de al-Muṣāra propiedad de la Casa Real magrebí.

De excepcional relevancia fue el gran arquitecto sevillano Aḥmad Ibn Bāsū (Paso), de posible origen mozárabe, quien comenzó trabajando a las órdenes del precitado malagueño al-Ḥāŷŷ Ya‘īš en la construcción de Gibraltar y poco después fue convertido por el califa ‘Abd al-Mu’min en jefe de los arquitectos almohades. En 1160 se trasladó para trabajar desde Sevilla a Gibraltar, luego, en 1162, fue enviado a Córdoba con la misión de restaurar el Alcázar y otros lugares, y se le nombró "jefe de los arquitectos (šayj al-‘urafā) que edificaban en al-Andalus". En 1171, el califa Abū Ya‘qūb le encargó edificar el palacio de la Buḥayra en Sevilla, y en 1172 recibió el encargo de construir la nueva mezquita mayor de Sevilla, con la ayuda de sus "compañeros arquitectos constructores (aṣḥābu-hu al-‘urafā’ al-bannāw’ūn)" de Sevilla y de todo al-Andalus, así como de Marrakech, Fez y del otro lado del Estrecho, a quienes se unieron "carpinteros, aserradores y obreros" especialistas en las diferentes faenas constructivas. Ibn Bāsū acometió la obra de la mezquita en las siguientes fases: en 1176 terminó lo fundamental de la gran sala de oración con diecisiete naves, en 1182 se celebró la primera juba o sermón solemne del viernes, dándose por inaugurada la mezquita; en 1184 se le pidió que construye el gran alminar de Sevilla (la Giralda, en época cristiana); tras cimentar la torre e iniciarla con gruesos sillares traídos del palacio abadí del siglo XI y lápidas romanas, el registrador de gastos de la obras, Muḥammad ibn Sa‘īd, fue destituido, y con él Ibn Bāsū, siendo este sustituido por Alī al-Gumārī, maestro en el ladrillo norteafricano, quien, por orden del Ya‘qūb al-Manṣūr reanudó en 1189 la construcción del alminar, reparó deterioros en la sala de oración, terminó el patio e hizo la alcaicería cercana. Tras la finalización de la torre en 1996, el mismo califa encargó al ingeniero Abū l-Layṯ al-Ṣiqillī (el Siciliano) que fabricase un costoso ŷāmūr de esferas doradas, que fue instalado el 10 de marzo de 1198 en presencia del califa, su heredero, los alaba ("estudiantes" del Corán y ciencias islámicas) y los notables de la ciudad.

La cooperación entre arquitectos, técnicos y operarios de ambas partes del Estrecho en una misma obra y bajo una misma dirección se produjo también en la construcción del barrio imperial de al-Ṣāliḥa de Marrakech donde trabajaron, en 1185, operarios de al-Andalus, Fez, Sus e Ifriqiya (Túnez). Así, el ingeniero Aḥmad b. Muḥammad b. Milḥān al-Ṭā’ī al-Wādiyāšī, quien según Ibn al-Jaṭīb alcanzó fama en la zona de Guadix y Baza por su maestría en la administración agrícola y vivificador de tierras yermas, se unió al movimiento almohade en 1151/52 y fue trasladado a Marrakech, donde se ocupó de la construcción, cuidado y distribución de aguas de la finca de la Buḥayra. Y aunque los peritos y alarifes andalusíes jugaron un papel director fundamental, también sabemos que hubo otros maestros de obras magrebíes destacados, además de Alī al-Gumārī, como lo fueron Abū ‘Umrān ibn Abī Šamma y Abū l-Ḥasan ibn ‘Abī Ḥafṣ (m. 1208/9), este último erudito, poeta y "uno de los más entendidos especialistas en irrigación (rayy) y edificación (mabānī)", que hizo diversas obras para Ya‘qūb al-Manṣūr en Marrakech e importantes edificios en Bugía y Tremecén. Los almohades fomentaron, así mismo, la geometría-ingeniería (handasa), ejemplo de lo cual es la figura de Abū Ŷa‘far Aḥmad ibn Ḥassān al-Qaḍā‘ī (m. 1201/2), valenciano, que se trasladó al Magrib y se ocupó de la determinación de la alquibla para Ya‘qūb al-Manṣūr en Marrakech y quizá en la mezquita Ḥassān de Rabat. También descollaron las matemáticas con el apoyo califal: Ibn Farḥūn al-Qaysī (m. 1204) de Córdoba, autor de un tratado de aritmética, fue profesor de matemáticas en Fez, ciudad en la que también se dedicaron a esta disciplina los fesíes Ibn al-Yāsmīn (m. 1204/5), especialista en álgebra y autor de un conocido poema nemotécnico sobre esta materia que se estudiaba en Sevilla, Ibn al-‘Ābid al-Anṣārī (m. 1263) e Ibn al-Qaṭṭānī (m. 1269), y otros como Abū ‘Alī de Marrakech, autor también de un tratado de aritmética y álgebra. De la larga lista de astrónomos de la época, mencionaremos a Abū Bakr Muḥammad ibn Yūsuf al-Layṯī de Sevilla, luego afincado en Ceuta, y otros que llegaron a Marrakech desde distintas partes del imperio, como Abū ‘Abd Allāh al-Jarrāz, que fue muwaqqit de la Kutubiyya, torre en la que se instalaron relojes mecánicos que, según las fuentes, daban la hora a campanadas.

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